11 de junio de 2016

La Fiesta de Compromiso (Extra de Lady Midnight ) Parte 1 - Cassandra Clare

Clary miró alrededor del salón de música del Instituto con una sonrisa cansada pero también satisfecha. Era una calurosa noche de verano en Nueva York, las ventanas estaban abiertas, y Magnus hizo mágicamente carámbanos que brillaban bajo el candelabro y refrescaban el lugar. El salón estaba lleno de personas que Clary amaba y por las que se preocupaba, y en su opinión personal lucía bastante bien, considerando que se las había arreglado para encontrar un lugar en el Instituto donde pudieran tener una fiesta en un plazo de 24 horas. 

Realmente no había razón para no sonreír. 

Dos días antes, Simon había ido al Instituto, sin aliento y con una expresión de desesperación. Jace y Clary estaban en la sala de entrenamiento, comprobando al nuevo tutor del Instituto, Beatriz Mendoza, y algunos de los estudiantes del Conclave. 
—¡Símon! —Clary había exclamado—. No sabía que estuvieras en la ciudad.
Simon se había graduado de La Academia de Cazadores de Sombras, era parabatai de Clary, y un Reclutador, un trabajo creado por el Cónsul para ayudar a reponer las disminuidas filas de cazadores de sombras. Cuando se encontraban candidatos probables para la Ascensión, Simon hablaba con ellos sobre lo que significaba convertirse en cazador de sombras después de tener una vida mundana. Era un trabajo que a menudo lo alejaba de Nueva York, lo que era malo; pero lo bueno era que Simon parecía disfrutar verdaderamente ayudar a mundanos asustados con la Visión a no sentirse como si estuvieran solos. 
No es que Simon se viera como una confiable voz de tranquilad en ese momento. Lucía como si un tornado lo hubiera golpeado.
—Le propuse matrimonio a Isabelle —anunció.
Beatriz gritó de emoción. Algunos de los estudiantes, temiendo un ataque de demonios, también gritaron. Uno de ellos se cayó de una viga y aterrizó en el suelo en un tapete de entrenamiento. Clary estalló en lágrimas de felicidad y lanzó sus brazos alrededor de Simon. 
Jace yacía en el suelo, con los brazos de par en par. 
—Vamos a ser familia —dijo él con tristeza—. Tú y yo, Simon, vamos a ser hermanos. Las personas van a pensar que estamos emparentados. 
—Nadie va a pensar eso —dijo Simon, su voz amortiguada contra el cabello de Clary.
—Estoy muy feliz por ti, Simon —dijo Clary—. Izzy y tú van a ser muy, muy felices —se volteó y miró a Jace—. Y tú, levántate y felicita a Simon o tiraré al drenaje todo tu champú caro. 
Jace saltó, y Simon y él se dieron unas palmadas en la espalda de una manera masculina, por lo cual Clary se sentía complacida al haberlo logrado. Jace y Simon actualmente habían sido amigos por años, pero Jace aún parecía creer que necesitaba excusas para mostrar su afecto. Clary estaba feliz de proporcionárselas. 
—¿Fue bien la propuesta? ¿Fue romántica? ¿La sorprendiste? No puedo creer que no me dijeras que ibas a hacerlo. —Clary golpeó a Simon en el brazo—. ¿Conseguiste rosas? Izzy ama las rosas. 
—Fue un impulso —dijo Simon—. Una impulsiva propuesta. Estábamos en el puente de Brooklyn. Izzy le acababa de cortar la cabeza a un demonio Shax.
—Cubierta en icor, ¿nunca te había parecido más radiante? —dijo Jace.
—Algo así —dijo Simon.
—Esa es la cosa más de cazadores de sombras que jamás haya oído —dijo Clary—. Por lo tanto, ¿detalles? ¿Te arrodillaste? 
—Los cazadores de sombras no hacen eso —dijo Jace. 
—Es una lástima —dijo Clary—. Amo esa parte en las películas. 
—¿Y por qué luces tan desesperado? —Preguntó Jace—. Ella dijo que sí, ¿o no?
Simon pasó sus dedos por su cabello. 
—Quiere una fiesta de compromiso. 
—Bar abierto —dijo Jace, quien había desarrollado un interés en la mixología que Clary hallaba divertido—. Definitivamente un bar abierto. 
—No, no lo entiendes —dijo Simon—. La quiere en dos días. 
—Umm —dijo Clary—. Puedo ver porqué estaría emocionada de compartir esto con sus amigos y familiares, ¿pero seguramente podría esperar un poco más…?
Cuando Jace habló, su voz fue plana.
—Quiere hacerlo en el cumpleaños de Max.
—Oh — dijo Clary suavemente. Max, el más chico, el más dulce Lightwood, el pequeño hermano de Izzy y Alec. Tendría ahora catorce años, casi la misma edad que Tiberius y Livvy Blackthorn. Podía entender por completo por qué Isabelle quería tener su fiesta de compromiso en un día en que sentiría verdaderamente que Max estaba allí. 
—Bueno, ¿pensaste en preguntarle a Magnus?
—Por supuesto que sí —dijo Simon—. Y dijo que ayudaría si pudiera, pero tienen este asunto con Rafael…
—Cierto —dijo Clary—. ¿Así que quieres nuestra ayuda?
—Esperaba que pudiéramos hacerla aquí —dijo Simon—. En el Instituto. ¿Y que tú pudieras ayudarme con un par de cosas que no entiendo?
Clary sintió crecer un sentimiento de pavor. El Instituto estaba sufriendo grandes renovaciones recientemente; algunas aún estaban en marcha. El salón de baile que casi no se usaba estaba siendo transformado en una segunda sala de entrenamiento, y muchos pisos estaban llenos de pilas de azulejos y madera. Estaba el salón de música, que era enorme, pero estaba lleno de antiguos violonchelos, pianos, e incluso un órgano. 
—¿Qué tipo de cosas?
Simon la miró con grandes ojos cafés.
—Flores, comida, decoración…
Clary gimió. Jace agitó su cabello. 
—Puedes hacerlo —dijo él. Y ella pudo sentir sólo por el tono de su voz que estaba sonriendo—. Vamos, salvaste el mundo una vez, ¿recuerdas? Creo en ti. 
Y así fue como Clary había llegado a estar parada en el salón de música del Instituto, con Magnus centellando carámbanos que goteaban en su vestido verde. De vez en cuando Magnus lo cambiaría un poco, e ilusorios pétalos de rosas lloverían por la habitación. Algunos de los miembros de la manada de Maia ayudaron a mover el arpa, el órgano, y otros instrumentos a la vacía sala adjunta. (Su puerta estaba ahora firmemente cerrada, medio oculta por una cascada de mariposas con glamour.)
Le recordaba un poco a Clary a la Corte de la Reina Seelie, la cual había sido diferente cada vez que la visitó en años pasados: llena de hielo algunas veces, con felpa de terciopelo escarlata en otras. Sintió una punzada, no por la Reina, quien había sido cruel y traicionera, sino por la magia de las hadas. Desde que la Paz Fría se había puesto en práctica. No había visitado la Corte de las Hadas otra vez. Central Park ya no estaba lleno de bailes en la noche cuando la luna estaba llena. Ya no podías ver pixies y sirenas en los ríos del Hudson. Algunas veces, tarde por la noche, podía oír el alto sonido solitario del cuerno de la Caza Salvaje, y se afligía. Pero Gwyn y su gente nunca habían estado sujetos a cualquier ley, y el sonido de la Caza no era un reemplazo de la música de las fiestas de las hadas que una vez había fluido desde Hart Island. 
Había hablado con Jace sobre eso, y había estado de acuerdo con ella, tanto en capacidad de novio como también como segundo director del Instituto: el mundo de los Cazadores de Sombras, sin el Reino de las Hadas, estaba desequilibrado. Los cazadores de sombras necesitaban a los subterráneos. Siempre lo habían hecho. Tratar de pretender que el Reino de las Hadas nunca existió sólo conduciría al desastre. Pero ellos no eran el Consejo, sólo eran los jóvenes líderes de un sólo Instituto. Así que esperaron, y trataron de estar preparados. 
Ciertamente, Clary pensó, no había otro Instituto en el que pudiera pensar que sería capaz de organizar una fiesta como ésta. Los estudiantes de Beatriz estaban parados como meseros, llevando platos de canapés alrededor del salón, los canapés habían sido cortesía de la hermana de Simon, quien trabajaba en un restaurante en Brooklyn, y los platos y cubiertos eran de peltre, no de plata, como muestra de respeto a los hombres lobo presentes. 
Hablando de subterráneos, Maia estaba riendo en un rincón de la sala con su mano en la de Bat. Usaba un vestido naranja, sus rizos recogidos, y su medallón del Praetor Lupus destellaba en su garganta. 
Estaba hablando con el padrastro de Clary, Luke, cuyos lentes estaban encima de su cabeza. Había más gris en el cabello de Luke, en esos días, pero sus ojos estaban tan brillantes como nunca. Jocelyn se había ido a uno de las oficinas con Maryse Lightwood, la futura suegra de Simon. Clary no podía evitar preguntarse si le estaba dando un discurso maternal sobre cómo los Lightwood eran afortunados de tener a Simon en su familia y más les valía no olvidarlo. 
Julie Beauvale, la parabatai de Beatriz, pasó cerca de ellos, llevando un plato de pastelillos. Mientras Clary miró, Lily, la líder del clan de vampiros en Nueva York, tomó un pastelillo del plato, guiñándole un ojo a Bat y Maia, y se pavoneó hacia el piano, pasó a Simon —quien estaba conversando con Robert Lightwood— en su camino. Simon usaba un traje gris y lucía lo suficientemente nervioso.
Jace estaba tocando, su chaqueta de terciopelo colocada en el respaldo de su silla, sus delgadas manos deslizándose en las teclas del piano. Clary no podía evitar recordar la primera vez que lo vio en el Instituto, tocando el piano, de espaldas a ella. ¿Alec? había dicho él. ¿Alec eres tú?
La expresión de Jace era atenta y enfocada, de la forma en que sólo lo era cuando estaba haciendo algo que consideraba digno de su completa atención —pelear, tocar música, o besar. La miró de reojo como si pudiera sentir la mirada de Clary en él, y le sonrió. Incluso después de todo ese tiempo, aún le provocaba escalofríos. 
Estaba terriblemente orgullosa de él. Habían estado tan sorprendidos como los demás cuando el Conclave votó por ellos como los nuevos directores del Instituto cuando Maryse se había ido. Sólo tenían diecinueve años, y ella había supuesto que Alec o Isabelle se harían cargo, pero ninguno de ellos quiso. Isabelle quería viajar, y Alec estaba envuelto con la alianza entre Subterráneos y Cazadores de Sombras que él estaba construyendo. 
Podrían rechazarlo, Clary le dijo a Jace en ese tiempo. Nadie podía forzar a alguien a dirigir un Instituto, y ellos habían planeado viajar alrededor del mundo juntos, mientras Clary pintaba y Jace peleaba con demonios en locaciones inusuales. Pero él quiso hacerlo. Sabía que en su corazón él sentía que era una forma de pagar por las personas que perdieron en la guerra, las personas que no habían sido capaces de salvar. Para su buena fortuna pudieron pasar por todo eso con la mayoría de las personas que amaban ilesas. Por el hecho de que el universo le había dado a Alec, Isabelle, y Clary, cuando una vez creyó que nunca tendría un mejor amigo, una hermana, y nunca se enamoraría.
Dirigir el Instituto era un trabajo difícil. Requería la capacidad de Jace de encantar, y el instinto de Clary de mantener la paz y construir alianzas. Solos, ninguno de ellos lo habría logrado, pero juntos, la determinación de Clary equilibraba la ambición de él, su conocimiento del mundo mundano y su sentido práctico, su antigua sangre de cazador de sombras y su entrenamiento. Jace siempre había sido el líder natural de su pequeño grupo, un estratega, excelente en ser capaz de juzgar quién sería el mejor en qué. Clary era la que podía tranquilizar a los temerosos, también como la única que finalmente consiguió tener instalada una computadora prohibida en la sala de estrategia.
Lily dijo algo al oído de Jace, probablemente para pedir una canción —había muerto en los veinte y siempre estaba pidiendo música rag— antes de dar la vuelta en sus tacones rojos y dirigirse hacia una manta que había sido extendida en un rincón de la sala. Magnus estaba sentado en ella, su hijo Max, un brujo de tres años con piel de color azul marino, acurrucado a su lado. También en la manta estaba un niño de cinco años, éste era un cazador de sombras, con indomable cabello negro, quien se estiró por un libro que Magnus le tendía y le dio al brujo una tímida sonrisa. 
Beatriz estaba de repente al lado de Clary.
—¿Dónde está Isabelle? —susurró ella.
—Quiere hacer una entrada —Clary susurró de vuelta—. Estaba esperando a que todos llegaran. ¿Por qué?
Beatriz le dio una mirada significativa y ladeó la cabeza en dirección a la puerta. Un par de segundos después, Clary la estaba siguiendo por el pasillo, la falda de su vestido levantada así no se tropezaría con el dobladillo. Se podía ver en el espejo a lo largo de la pared del corredor, su vestido verde del color del tallo de una flor. 
A Jace le gustaba verla de verde, y combinaba con sus ojos, pero hubo un tiempo en el que el color la había angustiado. Había sido incapaz de verlo sin pensar en su hermano, Jonathan, cuyos ojos se habían vuelto verdes cuando murió. 
Cuando había sido Sebastian, sus ojos eran negros. Pero eso había sido hace años. 
Beatriz la llevó hacia el comedor, el cual estaba lleno de flores. Tulipanes holandeses, estaba segura Clary. Estaban apilados en las sillas, en la mesa, en el aparador. 
—Las acaban de entregar —dijo Beatriz en un tono terrible, como si fueran cuerpos muertos y no flores.
—Bien, ¿y cuál es el problema? —dijo Clary.
—Isabelle es alérgica a los tulipanes —dijo una voz desde las sombras. Clary se sobresaltó. Alec Lightwood estaba sentado en una silla al otro extremo de la mesa, usando una desfajada camisa blanca sobre un pantalón de vestir negro, sosteniendo un tulipán amarillo en una mano. Estaba ocupado arrancándole los pétalos con sus largos dedos. 
—Beatriz, ¿puedo hablar con Clary un segundo?
Beatriz asintió, luciendo aliviada de dejarle el problema a alguien más, y dejó la habitación. 
—¿Qué sucede, Alec? —Clary preguntó, avanzando hacia él—. ¿Por qué estás aquí y no con los demás en la fiesta?
—Mi madre me dijo que el Cónsul podría venir —dijo misteriosamente.
Clary lo miró.
—¿Y? —dijo ella. No es como si Alec fuera un criminal buscado. 
—Sabes sobre Rafe, ¿cierto? —dijo él—. Quiero decir, todos los detalles.
Clary dudó. Un par de meses antes, Alec había sido enviado a Buenos Aires para seguir un par de ataques de vampiros. Mientras estaba ahí, se había topado a un niño cazador de sombras de cinco años, un sobreviviente del ataque al Instituto de Buenos Aires durante la Guerra Oscura. Él y Magnus habían ido y venido de Argentina a través de un portal una y otra vez, sin decirle a nadie lo que estaban haciendo, hasta que un día aparecieron en Nueva York con un delgado niño asustado y anunciaron que lo estaban adoptando. Él sería su hijo y hermano de Max. 
Lo nombraron Rafael Santiago Lightwood.
—Cuando encontré a Rafe, él estaba viviendo en la calle, muriéndose de hambre —dijo Alec—. Robando comida a mundanos, teniendo pesadillas porque tenía la Visión y podía ver monstruos —él mordió su labio—. El asunto es que nos dejaron adoptar a Max porque es un subterráneo. Nadie lo quería. A nadie le importaba. Pero Rafe es un cazador de sombras, y Magnus no. No sé cómo se va a sentir el Consejo sobre un subterráneo criando a un niño nefilim, especialmente cuando están desesperados por nuevos cazadores de sombras.
—Alec —dijo Clary firmemente—. No alejaran a Rafe de ti. No los dejaremos.
—Yo no los dejaré —dijo Alec—. Los mataré a todos primero. Pero eso sería incómodo y arruinaría la fiesta. 
Clary tuvo una breve pero vivida imagen de Alec disparándoles a los invitados a la fiesta con su arco y flechas mientras Magnus se ocupaba de ellos con fuego mágico. Suspiró. 
—¿Tienes alguna razón para creer que se llevarán a Rafe? ¿Ha habido una señal, alguna queja del Consejo?
Alec sacudió la cabeza. 
—No, es sólo… conoces a este Consejo. La Paz Fría significa que están inquietos todo el tiempo. He incluso aunque ahora hay subterráneos en el consejo, no confían en ellos. Algunas veces creo que son peores de lo que eran antes de la Guerra Oscura. 
—No voy a decir que estás equivocado —dijo Clary—. ¿Pero puedo sugerir algo?
—¿Es envenenar el ponche? —preguntó Alec con una mirada inquietante.
—No —dijo Clary—. Sólo iba a decir que tal vez estás desplazando tu ansiedad. 
Alec lucía perplejo. Los términos psicológicos mundanos difícilmente eran entendidos por cazadores de sombras. 
—Estás en realidad preocupado porque tener un niño es un gran asunto, y esto fue repentino —dijo Clary—. Pero Max también fue repentino. Y tú y Magnus son unos padres estupendos. Se aman demasiado, y eso sólo hace que tengan más amor para dar. Nunca deberías preocuparte de que no tengan suficiente amor para tantos niños como quieran tener. 
Los ojos de Alec resplandecieron por un momento, un brillante azul bajo unas pestañas negras. Se puso de pie y se acercó a donde Clary estaba parada junto a la puerta. 
—Chica sabia —dijo él.
—No siempre pensaste que era sabia. 
—No, pensaba que eras una peste, pero ahora lo sé mejor —le dio un beso encima de la cabeza y se acercó a la puerta, aún llevando el tulipán.
—¡Tira eso antes de que regreses al salón de música! —Clary le dijo, imaginando a Isabelle con urticaria yaciendo en el suelo. 
Suspiró y miró los tulipanes. Supuso que podían tener una fiesta sin flores. Aún así…
Hubo un golpe en la puerta. Apareció una chica en un vestido de seda de diferentes colores y con largas trenzas marrones. Rebecca, la hermana de Simon. 
—¿Puedo pasar? —preguntó ella, abriendo la puerta—. ¡Wow, tulipanes!
—Al parecer Isabelle es alérgica a los tulipanes —dijo Clary gravemente.
—Lástima —dijo Rebbeca—. ¿Puedes hablar un segundo?
Clary asintió.
—Claro, ¿por qué no?
Rebbeca entró y se subió en la esquina de la mesa.
—Quería darte las gracias —dijo ella.
—¿Por qué?
—Por todo
Rebbeca miró alrededor de la habitación, notando los retratos de los antepasados cazadores de sombras, los adornos de ángeles y espadas cruzadas. 
—Todavía no sé mucho sobre este asunto de cazadores de sombras. Simon sólo puede decirme un poco sin hacer estallar algún tipo de alarma. Realmente no sé cuál es su trabajo…
—Es un Reclutador —dijo Clary, sabiendo que eso significaría nada para Rebbeca, pero ella estaba orgullosa de Simon. Todo lo que le había sucedido a él fue difícil, doloroso, fue un reto —ser un vampiro, perder sus recuerdos, volverse cazador de sombras, perder a George— y lo había convertido en una manera de ayudar a las personas. 
—Perdimos a cazadores de sombras en la guerra hace cinco años. Y desde ese entonces estamos intentando hacer más. Los mejores candidatos son mundanos que tienen algo de sangre de cazador de sombras, que a menudo significa que no saben que son cazadores de sombras pero que tienen la Visión. Pueden ver vampiros, hombres lobo, cosas mágicas que podrían hacerte creer que te estás volviendo loco. Simon habla con ellos, les habla sobre convertirse en cazadores de sombras, por qué es difícil y por qué importa. 
Clary sabía que probablemente no debería de estarle diciendo eso a una mundana. Por otra parte, probablemente no debería haber dejado pasar a Rebecca al Instituto, mucho menos contratarla para suministrarles alimentos. Pero cuando Clary y Jace habían tomado el mando del Instituto, se habían jurado que serían un nuevo tipo de guardián. 
Después de todo, Clary y Simon alguna vez habían sido mundanos que tampoco se suponía que estuvieran en el Instituto.
Rebecca sacudió la cabeza.
—Bien. No entiendo nada de esto. Pero mi hermano pequeño es alguien importante, ¿verdad?
Clary sonrió. 
—Él siempre ha sido alguien importante para mí.
—Realmente es feliz —dijo Rebecca—. Con su vida, con Isabelle. Y todo eso es gracias a ti —se inclinó y habló en un susurro cómplice—. Cuando tú y Simon se hicieron amigos por primera vez y él te trajo a casa de la escuela, mi mamá me dijo: “Esa niña le va a traer magia a su vida”. Y lo hiciste. 
—Literalmente —dijo Clary. Rebecca la miró sin expresión. Oh, dios. Jace se habría reído­—. Quiero decir, eso es hermoso, y estoy muy agradecida, sabes que amo a Simon como a un hermano…
—¡Clary! —Clary alzó la mirada en alarma, temiendo que fuera Isabelle, pero no era. Era Lily Chen, con Maia Roberts. Las líderes del clan de vampiros y hombres lobo en Nueva York, juntas.
No es que fuera inusual verlas juntas: eran amigas. Pero también eran aliadas políticas que ocasionalmente se hallaban en el lado opuesto de un argumento. 
—Hola, Rebecca —dijo Maia. Agitó la mano y la banda de bronce en su dedo destelló. Ella y Bat habían intercambiado anillos de promesa hace algún tiempo, pero nada era oficial. Maia era la líder de la manada de hombres lobo de Manhattan, y estaba a cargo de reconstruir el Praetor Lupus, y perseguía una licenciatura en administración de empresas. Era terriblemente competente.
Lily miró a Rebecca sin interés. 
—Clary, debemos hablar contigo —dijo ella—. Intenté hablar con Jace, pero está tocando el piano, y Magnus y Alec están ocupados con esas pequeñas creaturas. 
—Niños —dijo Clary—. Son niños.
—Le informé a Alec que necesitamos su asistencia, pero me dijo que te preguntara a ti —dijo Lily, sonando apagada. Estaba encariñada con Alec, a su manera. Él había sido el primer cazador de sombras que verdaderamente se esforzaba y trabajaba con Maia y Lily, fusionando su conocimiento de cazador de sombras con sus habilidades de subterráneos. Cuando Jace y Clary asumieron el control del Instituto, también se encargaron de la inusual alianza, e Isabelle y Simon se les unían cuando podían. Clary había montado una sala de estrategia para ellos, llena de mapas y planes, e importantes contactos en caso de emergencias.


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